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Un manifiesto comunista
Presentación de De la música minúscula, León: Editores Descabezados/Eolas Ediciones/Menos Lobos Taller Editorial, 2022.
Discos Alta Fidelidad, Oviedo. 27.05.22
Publiqué mi primer libro en 1995 (para situarnos, el año del Gran Prix de Teenage Fanclub, del (What’s the Story) Morning Glory? de Oasis, o del Pure Phase de Spiritualized). He escrito y publicado trece desde entonces. De la música minúscula es el primero que presento. Supongo que puedo sentirme orgulloso de haber conseguido escribir finalmente un libro presentable.
De la música minúscula es un título accidental, pero me gusta por una razón muy tonta. Como en español no hay manera de que una frase acabe en preposición, un título que empieza con una ya no está nada mal. Pero, ya digo, es un accidente: la preposición en cuestión conectaba originalmente la música minúscula con otra palabra que sellaba la pertenencia del libro a una cierta colección de Eolas Ediciones. Héctor Escobar, responsable de la editorial, liberó finalmente los libros de Javier García Rodríguez (Andarse por las tramas. Literatura y series de televisión) y mío de esa serie y se lo agradecemos de corazón. No por nada en particular contra la otra, para la que aceptamos originalmente nuestros encargos con todo entusiasmo, sino porque nos gusta muchísimo la colección a la que finalmente hemos contribuido con nuestros títulos: Ursa Minor o, como dice Javier, Ursulina.
El caso es que al recortar el título por la razón que acabo de explicar, Héctor nos ofreció compensarlo con un subtítulo, como Javier sabiamente hizo. Yo, supongo que hechizado por el asunto de la preposición, aunque no fuese final, me di por conforme y le dije que no hacía falta. Me arrepiento: debí haber subtitulado mi libro como Un manifiesto comunista (aunque a más de uno en mi familia le habría dado un infarto).
Este libro va sobre (o, con más exactitud, contra) todo lo que se sale de lo común cuando hablamos de música: es decir, todo lo que se sale de la música misma cuando hablamos de música; en muchísimos casos, me temo, casi todo de lo que hablamos cuando aparentemente hablamos de música. A cada posible lector le podrá inspirar otras interpretaciones, ni más ni menos legítimas que la mía, pero para mí este libro es, sobre todo, un manifiesto contra el divismo y la mitomanía que rodea el mundo y domina la conversación sobre cualquier tipo de música, tanto la llamada "culta" como la llamada "popular". Lo que es una pena, porque en la medida en que las músicas populares representan una reacción contra el anquilosamiento y la estupidez propias de mundos (subrayo mundos) como el de la ópera o la música sinfónica, lo mínimo que se habría podido esperar de ellas es que hubiesen sabido dejar atrás toda esa irracionalidad que la mitificación y la divinización conllevan. Tristemente, lo que música popular, incluso las formas más “alternativas” de música popular, ha hecho ha sido, contrariamente, exacerbarlas.
En Oviedo, sin ir más lejos, hemos visto sacralizar a Leonard Cohen con la misma devoción que a Lorin Maazel, Zubin Metha o Ricardo Muti (en la ópera nunca he puesto mis pies), todos los cuales tienen sus plaquitas simplemente por haber trabajado en su auditorio. Sudo pensando en lo que habrían hecho con Dylan si se hubiese dejado o lo que harán con Springsteen si se consuma lo que dicen que se avecina. Oviedo se hace pasar por cuidad culta (no lo discuto), pero creo que es, ante todo, una ciudad en que oficialmente se privilegia la reverencia sobre la auténtica experiencia cultural.
Vuelvo al libro. Acabo de presentarlo como un manifiesto "contra". No obstante, con lo que espero que realmente puedan disfrutar los lectores es con los ejemplos que sugiero como antídoto a estas contrariedades. El libro consiste, finalmente, en una especie de melodía encadenada (vid. BSO anexa) en que se van dando relevo algunos de los músicos cuyas actitudes antidivo y contramitológicas, además de su música, más admito: Julián “Siniestro Total” Hernández, Jonathan Richman, Camarón de la Isla, Bod Dylan, Pete Astor (The Loft, The Weather Prophets), David Berman (Silver Jews, Purple Mountains), Daniel Johnston, Kristin Hersh (Thowing Muses) y Nico. Cada uno por una razón en particular que, de algún modo, conecta con la de su antecesor en la lista.
Es verdad que parece ir contra toda evidencia negarles una dimensión algo así como mitológica a Dylan o a Camarón, incluso a Nico. Pero no van por ahí los tiros. En su caso, lo que me interesa son dos cosas: la primera, que ninguno de ellos ha sido o es un artista premeditadamente estelar, legendario, mitológico, divino, o como queramos llamarlo. Si se ha llegado a concederles cualquiera de estas condiciones mágicas, creo que ha sido por completo a su pesar. Por eso, en el libro, he querido destacar que Camarón era semianalfabeto, Nico medio-sorda, y que Bob Dylan se ha pasado la vida riéndose a la cara de cualquier persona o institución que se dirige a él santificándolo.
Ninguno de los músicos de los que hablo en el libro son genios, ni siquiera sé que significa ser genio a secas: pero todos ellos son músicos geniales. Sin embargo, unos han sobrellevado o sobrellevan la existencia, frente a todo tipo de dificultades, como mejor han podido (Daniel Johnston, Kristin Hersh); otros ni siquiera consiguieron sobrellevarla por mucho tiempo (David Berman); otros han conseguido estar a la altura de la existencia sin el autoengaño, propio y ajeno, de ser dioses encarnados (Pete Astor, Julián). A mi libro he intentado trasladar el rasgo que he querido destacar de sus personalidades: es decir, una u otra de las formas de la sencillez.
Ojalá una sola línea en todo lo que he escrito pudiera aproximarse a la calidad de la música y las palabras de cualquieras de ellos.
Discos Alta Fidelidad, Oviedo, 27.05.22