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Londres, 1655 - Lisboa, 2021

Entre los países de nuestro entorno, Portugal es el primero en exigir certificado de

vacunación o PCR negativa en las últimas cuarenta y ocho horas para poder acceder

a restaurantes y locales de ocio. Se precisa que son válidas las auto PCR, que se

anuncian ya a la venta en supermercados coincidiendo con el aviso sanitario oficial.

Las posibilidades de negocio epidémico son infinitas y la connivencia público-privada

ni siquiera sutil. Lo del negocio, por cierto, ya lo dejó apuntado Daniel

Defoe en su obligatorio Diario del año de la peste (1722), a propósito del

rebrote epidémico que asoló Londres en 1665.


Familiares próximos me piden que contacte con un restaurante al que están invitados a una celebración al día siguiente de la entrada en vigor de la norma. Recibo la respuesta de que

los comensales deben ser portadores de los certificados en cuestión, pero que no

les serán requeridos por el personal del local. Se trata, me explican, de un comportamiento individual responsable que se espera de los clientes. Me parece bien esta

renuncia al control policial por parte de quien tiene por negocio la buena comida y la comodidad

de los comensales. Sin embargo, también me hace pensar en la inutilidad de

la norma, pues un comportamiento individual responsable ya era lo esperado antes

del gesto (un gesto más) del directorio estatal al mando de la respuesta de choque

a la catástrofe. Si acaso, le adivino la función de incrementar, no ya la escala de

responsabilidad personal, sino la de intimidación colectiva.


Un motivo de reflexión, tomado una vez más de Foucault: "¿Puede ser la conciencia

médica de una nación tan espontánea como su conciencia cívica o moral?" (Michel

Foucault, op. cit., p.75).


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