La heroica ciudad despierta de la siesta. . .
. . . y como un Fermín de Pas, catalejo en mano, en la torre de la vetusta catedral
o un King Kong encaramado al Empire State Building, el Presidente se asoma al
atardecer al ventanal casi oval de su despacho con vistas a la Calle Marqués de
Santa Cruz. Contempla que Asturias, personificada en el ciudadano que pasea por
el centro de Oviedo, se somete a la norma de embozamiento y distancia social a que
la fatalidad de los tiempos obliga. Él, rodeado de sombras (¿consejeros áulicos?) y
desembozado, respira satisfecho y se felicita. Roma arde, pero el pueblo es dócil.
