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THE PLEASURES AND PAINS OF BEING PURE AT HEART

Es difícil que las cosas tengan un efecto tan fuerte sobre nuestro espíritu como cuando suceden en la adolescencia o en esa prolongación artificiosa de la adolescencia que son los años universitarios (sobre la adolescencia como creación cultural típicamente occidental ha escrito un libro excelente Jon Savage, el mismo Jon Savage al que debemos otro libro monumental sobre el punk británico; quedan ambos recomendados: England's Dreaming. Los Sex Pistols y el punk rock y Teenage. La invención de la juventud 1875-1945). No me voy a extender sobre la magnificación que cobran en esos años las amistades, los primeros amores, las horas despreocupadas del dulce hacer nada veraniego… O su reverso, claro, las traiciones de los amigos, las primeras rupturas sentimentales, la odiosa sensación de que se acaba el verano y vuelve la rutina, etc. Como siempre, salto directamente a la dimensión musical del asunto, porque creo que la identificación con grupos, discos o canciones que experimentamos entonces no vuelven a tener equivalente en fases más avanzadas de la vida. Sigo disfrutando casi como un adolescente de cualquier nuevo grupo excitante que se me cruza en un reportaje de alguna revista de confianza, en los mensajes o páginas de las discográficas que ya me han dado alguna sorpresa o, lo mejor de todo, dejándome llevar por mi intuición o las sabias indicaciones de los vendedores amigos de las tiendas de discos que frecuento (para mí, mis tiendas de discos no se diferencian mucho de una farmacia de guardia). Con todo, la impresión que dejaron en mí, más o menos sucesivamente, los Joy Order (sic), Décima Víctima, The Jesus and Mary Chain o Pixies, por no extenderme mucho más, no tiene verdadera comparación. La afinidad que más tarde he sentido con Lemonheads, My Bloody Valentine o Yo La Tengo, por ejemplo, no es más débil, pero es de un tipo… digamos que ‘orgánicamente’ diferente. Están incorporados en mis circuitos neuronales de otro modo.

Confieso, de todos modos, que sí hay un grupo y dos discos relativamente recientes cuya audición me deja con esa sensación de que todo se me revuelve por dentro, tan típica de la impresionabilidad adolescente. Son The Pains of Being Pure at Heart y sus dos primeros LP, el epónimo de 2009 y el titulado Belong, publicado dos años después. No tengo una explicación. No se parecen exactamente a nada que escuchase en mi adolescencia. Acaso, sus ‘wall-of-fuzz guitar stylings’, como los define allmusic.com, remiten hasta cierto punto a The Jesus and Mary Chain, aunque puesto al servicio de un ‘sugary pop’, tal como añade la misma enciclopedia musical, que poco tiene que ver con los de Glasgow. Como sea, lo cierto es que escuchar a los Pains siempre me deja un buen rato como sin reacción. Tal vez me enfrenten muy directamente al hecho de que la vida transcurre a una velocidad de vértigo y que ya estoy muy lejos de ser el adolescente despreocupado al que le gustaría inundarse de ese emborronado muro de sonido sin nada más serio en que pensar. Cosa, por otra parte, que nunca fui, pero me gustaría haber sido (un adolescente despreocupado, quiero decir). Supongo que los Pains instigan en mí una especie de sensación de tiempo perdido y, peor aún, irrecuperable. Por supuesto, los escucho a cuentagotas, como escucho a cuentagotas a Pixies, Jesus and Mary Chain, Décima Víctima o New Division (sic). No tengo interés en sufrir más de lo imprescindible.

Kip Berman, vocalista y guitarrista del grupo, anunció oficialmente la disolución definitiva de los Pains en noviembre de 2019. Pero, como en muchos otros casos, esta no dejaba de ser una segunda muerte de la banda, que pasó por una turbulencia fundamental inmediatamente después de la publicación del segundo álbum (Belong, 2011), cuando Alex Naidus, bajista, y Peggy Wang, teclista y vocalista, abandonaron el grupo. Con todo, los Pains sobrevivieron a esas disidencias con dos LP más, Days of Abandon (2014) y The Echo of Pleasure (2017), además de ese precioso regalo de despedida que es la versión íntegra del Full Moon Fever (2019) de Tom Petty. El grupo pasa a ser, entonces, el grupo de Kip Berman. Resultado: en Days of Abandon el ´wall-of-fuzz guitar styling´ se viene abajo y el ´sugary pop´, mucho más procesado y refinado, resulta claramente inefectivo. The Echo of Pleasures es otra cosa, desde luego, y  los antiguos Pains estallan aquí y allá. Es un buen disco, sin duda. Pero los Pains no recuperan del todo esa capacidad de hacer daño a los puros de corazón. La desbandada final tiene todo el sentido.

 

Me he preguntado muchas veces la razón de la debacle musical de los Pains tras el impresionante Belong. Mi sospechoso habitual, es, claro, un ´efecto Brian Jones´ más. Pero, entonces, ¿quién fue el elemento explosivo de los primeros Pains? ¿Alex? ¿Peggy? Me temo que, esta vez, el poder explicativo que habitualmente concedo al efecto Jones se me viene abajo. El efecto, ya se sabe, dice que a menudo el alma de un grupo musical no se encuentra en el firmante o firmantes de la letra y música de las canciones. La sonoridad de los primeros Stones es mucho más que la entente compositiva Jagger/Richards. La magia añadida de las instrumentaciones y arreglos de Jones estaba muy por encima del talento compositor de aquellos. Él marcaba la diferencia. Y la magia se fue con él. Los Stones han seguido siendo, seguramente, grandes, no lo sé, no tengo la capacidad para comprenderlos y apreciarlos (mea culpa). Sin embargo, creo que la palabra ‘magia’ no es algo que les convenga realmente desde finales de los sesenta.

Tanto Alex Naidus como Peggy Wang permanecieron durante años en una especie de hibernación musical y solo han vuelto a reaparecer, musicalmente hablando, hace poco tiempo. Ambos con proyectos musicales interesantes, sin duda. Alex forma parte de Massage, un grupo de música tranquila, como el propio nombre invita a pensar. Su segundo LP, Still Life (2021), es realmente bueno. Pero Alex no es realmente el alma de la banda, que parece un empeño tan colectivo como lo fue The Pains. Peggy es el componente ‘especial’ de Store Front, una banda algo (no mucho) más animada de la que es bajista y, según reza en la página de bandcamp, ‘conciencia’ del grupo. Su presencia en la banda no deja de tener un cierto toque de marketing: Peggy es hoy algo así como una ´influencer´ guay en el universo indie de NY. Entre tanto, Kip Berman se ha centrado en un proyecto personal, The Natvral, caracterizado por una música intimista, muy lejana de la explosividad de los Pains. En su primer LP, Tethers (2021), Kip ser revela como un dignísimo hijo (¿nieto?) de Bob Dylan. Continúo siendo seguidor de todos ellos y de sus bandas. Pero me pregunto, sin poder dar una respuesta objetiva, cuánto debe mi interés a su ´pedigree Pains´.

¿Qué fue lo que hizo realmente posible a los Pains, aquella capacidad de conmover mediante un sonido estremecedor y dulce al mismo tiempo? No he querido indagar en las desavenencias que pudieron llevar a la crisis post-Belong del grupo, ni en la verdadera motivación para finitiquitar la marca Pains. No lo necesito. Creo que está claro que los Pains fueron más que una suma de jóvenes músicos talentosos: fueron un grupo en el verdadero sentido de la palabra, en que el genio del todo derivaba de la colisión inesperada de componentes no tan geniales por separado.

Quién sabe, tal vez decidan algún día reencontrarse, dándonos la oportunidad de descubrir que, juntos, llevaban mucho más dentro que lo que nos dejaron.

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