La tesis que atraviesa La carrera de la Reina Roja es que la música consigue casi siempre arreglárselas para hacerle un quiebro y, de paso, un corte de mangas a todas esas fuerzas corporativas que conspiran para neutralizar su irrenunciable capacidad corrosiva. Sin embargo, aunque la música se las arregle por sí sola, resulta también importante hacer una llamada a la responsabilidad del oyente, que tan fácilmente se deja llevar por los efectos arrasadores del exhibicionismo musical. T.W. Adorno, como en tantas otras cuestiones, atisbó la clave para desenredar el nudo gordiano del conflicto, pero, a mi entender, acaba por escapársele cegado, también una vez más, por su elitismo. La receta de Adorno apunta al momento individual de la recepción como forma de resistencia a la regresión infantilizadora de la masificación. Sin embargo, la fuerza del individualismo no debe ser puesta al servicio de un elitismo preservador de viejas esencias clasistas. La fuerza de lo individual, el momento de la soledad verdadera en que nos volvemos opacos a cualquier género de dominación adormecedora, debe ser puesto al servicio de la anarquía. La anarquía que, para bien o para mal, o es individualista o no es.

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Índice

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La carrera de la Reina Roja

 

Introducción

La música en la época de su reproducibilidad técnica

Tres aristas de la música jamaicana

Guerra santa

Jamaica infinita: Zen y el arte del reciclaje sónico

El refugio esencial: la poesía

Revivir: el valor del revival

Words from the paisley underground

El jardinero de Down House desenreda dinastías paisley

El efecto tornado (1): Green on Red

El efecto tornado (2): la banda más breve de la historia

La música de la lluvia al caer

El último sueño de Dream Syndicate

Lo culto, lo pop, lo kitsch y lo bruto

Epílogo. ¡Anarquía en el salón!

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