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Turismo accidental

perropampa™

Dunedin, NZ

listening to music is traveling #3

dunedin NZ_____________________________

listening to music is traveling 3perropampa™
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Look Blue Go Purple, en los ochenta

The Verlaines, en los ochenta

Exacto, The Chills. En algún momento

The Clean, años ochenta. Hamish Kilgour, al fonfo; Robert Scott, a la derecha

The Bats, por los mismos años

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…y existe la música minúscula, que nos invita a viajar con los ojos cerrados

La guía de mi improbable viaje a Dunedin (Guía Visual DK, en este caso) habla de la ventaja que representa para el viajero el reducido tamaño de su núcleo urbano y el escaso número de puntos de interés, lo que le permitirá limitar al máximo su paso por la cuidad sin poner en riesgo la visita a puntos más espectaculares de la Isla Sur de Nueva Zelanda. En decadencia desde los tiempos de la fiebre del oro, allá por la década de 1860, cuando concurrieron en el emplazamiento buscavidas escoceses, chinos y maoríes, Dunedin (nombre en gaélico de Edimburgo) vive hoy un tímido resurgir a rebufo de su nombramiento como Cuidad Literaria por parte de la UNESCO en 2014. Nada que objetar, por supuesto, pero habrían hecho bien los señores de la UNESCO, o los señores mandamases de Dunedin, en valorar que Dunedin es un referente musical en todo el mundo desde finales de los años setenta del pasado siglo. Minúsculo, si se quiere, pero al nivel de los máximos referentes de la música minúscula. 

Incluso para los parámetros de un país como Nueva Zelanda, antípodas por antonomasia, por más que se encuentre tan en el centro del universo mundo como cualquier otro punto del universo mundo, Dunedin tenía todas las papeletas para ser algo así como periferia de la periferia y por los siglos de los siglos. Dunedin, región de Otago, se localiza al sur de la Isla Sur (Te wai pounamu, en maorí), aislada, pues, tanto de la capital administrativa, Wellington, como de la capital comercial y cultural, Auckland, ambas en la Isla Norte (Te Ika un Maui, en maorí). Dunedin ni siquiera es la primera ni la segunda ciudad más poblada de la Isla Sur: lo son, respectivamente, Christchurch, región de Canterbury, y Tauraga, región de Bay of Plenty. Dunedin tenía 107.000 habitantes en 1981 (el año en que The Clean edita el e.p. que contiene «Anything could happen»), absolutamente nada que ver con las cifras de población que casi automáticamente aseguran que la llama y el disfrute de la creatividad permanezcan constantemente encendidos. Actualmente, es la novena cuidad de un país cuya población total ronda los cinco millones de habitantes. Por si la comparación ayuda, traducida a los distritos de Madrid, la población de Dunedin situaría a la cuidad como el decimonoveno distrito más populoso de la villa y corte, entre la Villa de Vallecas y Moratalaz… pero con las nada desdeñables diferencias de que Dunedin se encuentra a cientos de quilómetros de los centros neurálgicos de su país y con un importante foso marítimo por el medio, que apenas consigue disimular el no tan estrecho Estrecho de Cook.

La demografía y la geopolítica neozelandesa, que a muy grandes trazos se describe arriba, haría esperable una mayor efervescencia cultural y creativa en la Isla Norte que en la Isla Sur del país e incluso más al norte (Auckland) que al sur (Wellington) de la Isla Norte. Contrariamente a esta expectativa, la gran música neozelandesa de las últimas décadas, el comúnmente conocido como «kiwi rock», tuvo su escenario de mayor esplendor en la Isla Sur y, sin desdeñar la aportación de Christchurch, en la muy sureña cuidad de Dunedin. El kiwi rock neozelandés de los años ochenta, independientemente de la procedencia de los diferentes grupos e independientemente de que fuese lanzado al mundo desde la cuidad de Christchurch a través de la mítica Flying Nun Records, fue entonces y sigue siendo hoy el Dunedin Sound.

En este punto, me veo obligado a alterar el itinerario accidental que me había marcado. Visito alguna de las publicaciones especializadas que frecuento y me sorprende esta noticia: La policía de Nueva Zelanda declara desaparecido a Hamish Kilgour. Anoten: excelente dibujante (son suyas las surrealistas portadas de los discos de las bandas por las que pasó), cofundador de Flying Nun Records e histórico batería de The Clean, la banda más carismática del Dunedin Sound y artífice del contagio del kiwi rock sobre grupos de la talla de Yo La Tengo, Pavement o Gvided By Voices. Casi nada.

Más de uno me objetará, y con buena parte de razón, que el grupo que realmente encarna la esencia del kiwi rock o, si se quiere, del Dunedin Sound, siendo de Christchurch y no de Dudedin, son The Bats. La otra buena parte de razón que les falta es: ¿pero realmente vale la pena confrontar The Bats a The Clean, Dunedin a Christchurch? ¿Acaso no existe un túnel que agrupa a ambas ciudades y superagrupa a ambas bandas? Pues sí: su nombre es Robert Scott. Bajista y a veces cantante de The Clean junto a los hermanos Hamish y Robert Kilgour (batería y guitarra, respectivamente) y guitarra y cantante de The Bats, junto a Paul Keen (bajo), Kaye Woodward (un poco de todo) y Malcolm Grant (batería). Un buen número de las canciones de The Clean y de The Bats podría pertenecer a The Bats y a The Clean. Perfectamente intercambiables y, aun así, totalmente inconfundibles.

El Dunedin Sound suele caracterizarse haciendo uso de la expresión «zumbido tintineante» (jangle drone), cuyo referente último parece ser el característico sonido guitarrero que The Byrds basó en las doce cuerdas de la Rickenbacker y cuyo principal secreto es el sostenido de notas o pedal. En los años setenta fue santo y seña del «power pop» americano y tuvo su apoteosis en la prolífica saga de grupos asociados al C-86 en la Inglaterra de los ochenta. Entre unos y otros, las antípodas, es decir, Dunedin.

El jangle de Dunedin tiene una cualidad naif que se traduce corporalmente en una especie de compulsión a mover alternativamente los brazos hacia atrás y hacia adelante, como quien baila una polka (¿y que sé yo cómo se baila una polka?), pero sin mover los pies del suelo. Más de un amigo me ha dirigido el gesto en torno de burla mientras escuchábamos alguna pieza de kiwi rock. Mi entusiasmo hacia el estilo no es compartido por muchos con quienes comparto otras pasiones musicales. Ahora bien, cuando The Clean o The Bats nos regalan un zumbido guitarrero de esos que parece que podría extenderse hasta la eternidad, yo creo que desarman a cualquiera que pueda basar su disgusto o su crítica al Dunedin Sound en su supuesta ingenuidad rítmica.

Guste, más o menos, o no guste, la cualidad de la que hablo es ciertamente única. Tengo el fuerte convencimiento de que la música neozelandesa consiguió dotarse de ella por la misma razón por la que el archipiélago estuvo históricamente y sigue, declinantemente, dotado de las más singulares especies biológicas: la insularidad y el aislamiento, que favorecen la deriva genética y la aparición de formas suigéneris o versiones singulares (comúnmente, reducciones en tamaño) de seres vivos existentes en las grandes extensiones continentales. Este principio, que en la escala temporal geológica se aplica a la evolución de las especies naturales, parece que se replica, en la escala temporal mucho más modesta de la historia humana, en la evolución de formas y tradiciones culturales particularmente singulares. En Nueva Zelanda, la insularidad y el aislamiento han modelado formas como las del tuátara, el kiwi, el kea, el tui, el weta, el pingüino azul, el león marino, el takahe, la lechuza morepork, la danza ritual haka o el kiwi rock.

Los otros dos nombres fundamentales del Dunedin Sound son The Chills y The Verlaines.

 

The Verlaines representan la cara más sofisticada del Dunedin Sound, como era de esperar de una banda que toma su nombre del maldito entre los decadentes poetas malditos de la Francia del XIX: Paul Verlaine (bueno, podrían haberse llamado The Rimbauds para extremar la apuesta, pero evitar lo obvio y escoger a Verlaine tal vez sume un punto de sofisticación extra al grupo). El tono guitarrero y arrebatado a ratos sigue siendo la pauta, pero el arte de quebrar y enrarecer las melodías singulariza a The Verlaines entre todos los rockeros kiwi. Juvenilia (1987), que recopila su extensa producción en discos de pequeño formato, es la principal referencia de los amantes del grupo, pero Hallelujah all the way home (1985) permite captar mejor que ningún otro disco el «rara avismo» del grupo (¡y mira que el kiwi ya es un ave rara que le llegue!).

The Chills es, seguramente, la banda kiwi que más en serio se ha tomado las posibilidades del estudio de grabación. Tanto, que alguna de sus últimas producciones (siguen en activo, como The Bats) llegan a tener tonalidades abiertamente mainstream. Lo que no quiere decir que The Chills se haya convertido en una banda mainstream, ni en estilo ni en legión de seguidores. Ocurre sencillamente que uno no sabe a qué atenerse con el anuncio de cada nuevo disco. Por ejemplo, el último hasta la fecha, Scatterbrain (2021), consigue revitalizar radicalmente el conformista, plano y mortecino Snow Bound, editado tres años antes. De todos modos, sus momentos estelares hay que ir a buscarlos, sobre todo, a Kaleidoscope world (1986), que es el Juvenilia de The Chills, y a Submarine bells (1990). Los altibajos no son motivo suficiente para dejar de tener a The Chills como una verdadera delicatessen musical.

Mi verdadera debilidad kiwi son las Look Blue Go Purple (nada que ver con que sea un grupo que pueda introducir con el artículo femenino; bueno, o todo que ver, quién sabe). Cuando las descubrí, y ya hace de ello unos cuantos años, me chocó la claridad con que aquella música anticipaba la de algunas bandas que me entusiasmaban por aquel entonces: sobre todo, Electralane y Charades. Más tarde descubrí, además, sus ecos en otras tan queridas para mí como Courtneys (que, aunque californianas, graban, por cierto, para Flying Nun). Electralane, Charades, Courtneys… ¡Vaya, bandas todas ellas que puedo introducir con el artículo en femenino! Look Blue Go Purple es la excepción femenina en el universo predominantemente masculino del Dunedin Sound. Son mi debilidad, por una parte, porque su música es un bien escaso (aunque seguro). Han grabado poquísimo, pero la fortaleza del entendimiento entre su sonoridad y su sororidad las mantiene aún ahí, listas para darnos sorpresas en cualquier momento; y son mi debilidad, por otra parte, por el toque «kraut» (¿«folkraut?») que se insinúa en muchas de sus piezas; toque que, de hecho, creo que es el que las proyecta (o que hace que se proyecten sobre ellas) todas las descendientes que he mencionado arriba (¿Leticia Sadier? Sí, creo que también Leticia Sadier). Al final, sí, todo que ver con que sea un grupo que pueda introducir con el artículo femenino. Y que me lleva a pensar que el kiwi tal vez sea un rock esencialmente femenino, accidental y mayoritariamente representado por músicos masculinos.

Able Tasmans, Garageland, Sneaky Feelings, This Kind of Punishment… 107.000 habitantes… Lo mejor es no intentar explicarlo y disfrutarlo sin más. Cuando y donde vuelva a suceder algo así, sucederá sin que nadie lo planifique (ya se sabe: planificar = crear algo plano). Con un historial así, ¿a quién pueden sorprenderle maravillas como Aldous Harding, Fazerdaze, Tiny Ruins, The Beths…?

Cuatro días después de declararse su desaparición, el cuerpo de Hamish Kilgour fue encontrado sin vida (5.11.22). Tenía 65 años. Hamish Kilgour nunca llegó a poder dedicarse exclusivamente a la música de manera profesional. Malvivió (son sus palabras) como pudo durante el periodo pandémico abriendo una tienda de segunda mano en Christchurch, donde le sorprendieron los confinamientos a pesar de que estaba instalado en Nueva York, alternando música y diseño, desde hacía varios años. La actividad de The Clean fue intermitente, con largos períodos de desbandada, pero en cada uno de sus destellos de vitalidad consiguieron dejarnos uno o dos discos de altísima calidad. «Lo mejor de la música –declaró Hamish en una ocasión (Stuff, 27.10.19)– es que es un organismo vivo al que puedes retorcer y modificar mientras lo creas, y eso se convierte en algo mágico cuando compartes la experiencia con un grupo de colegas. Te permite sumergirte en lo más profundo de tu ser y extraer siempre algo de él. No hay en el mundo nada comparable».

 

Para quien tuvo el talento necesario para sentir repetidamente algo así, vivir, sin duda, habrá sido una experiencia plena.

TRES RECOMENDACIONES ( Y POR QUÉ)

1. The Clean. Anthology. 4 LP Box Compilation. Merge Records. 2014

Porque es la caja de los truenos. Ábrela y entenderás por qué.

2. The Bat. The law of things. Flying Nun Records. 1988, y Free all monsters. Flying Nun Records. 2011.

Porque escuchar el antes y el después de The Bats es la demostración de que la madurez no tiene por qué ser la versión insorportable de lo que uno fue en su juventud.

3. Look Blue Go Purple. Still bewitched. Flying Nun Records/Capture Records. 2017.

Porque si son mi debilidad también pueden ser la tuya. Y porque nada une más que la debilidad compartida.

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